"I'm sorry, Dave. I'm afraid I can't do that.
Lo siento, Dave. Me temo que no puedo hacer eso."
HAL 9000 - 2001: A Space Odyssey
Imagínense acudir innumerables veces a una sala de teatro para disfrutar de la misma representación sin poder anticipar el argumento de la obra: ni los personajes participantes, ni los escenarios, ni los conflictos. Hay quienes (yo) disfrutarían del ejercicio de creatividad desmedida que llevaría acabo semejante compañía de teatro llena de majaretas dispuestos a literalmente reinventarse un día tras otro sin fin. Sería interesante llevar un registro de las tramas a lo largo del tiempo con el objetivo de encontrar los paralelismos inevitables, las vueltas de tuerca, los giros de aspecto improvisado, las casualidades, los errores de los actores y los técnicos, la respuesta afectiva del respetable para cada función, así como de otros aspectos que se me escapan de la mente ahora. La gracia del asunto residiría en repetir el experimento tantos días como fuese posible para estudiarlo detenidamente y elaborar un texto de extensión indefinida donde se pusiese un coto a la creatividad humana en nuestra sociedad (a)burguesa(da). Aun así, me temo que la única verdad robusta que probablemente se extraería de un estudio con estas características sería una muy vieja: el telón siempre acaba por llenar la escena y el brillo atronador de las luces apremia al espectador a abandonar el hueco. Quizás este fondo tautológico desmotiva la realización de esos estudios a los entendidos, pero debería servir de estímulo para los ricos y descerebrados ávidos de descubrir nuevas maneras en las que invertir el tiempo.
¿A qué traigo esta idea rocambolesca a colación? Todo a su debido tiempo.
La asignatura Procesos y Contextos Educativos terminó sus lecciones con una pregunta acerca de la educación del futuro. La pregunta abruma por su inquietante falta de precisión (¡Da para una tesis doctoral de futurólogos y adivinos!) ante la que me rebelo ciñéndome a uno de los aspectos más comentados cada cierto tiempo en tertulias de bar y de televisión por igual. ¿Mejorará el nivel educativo a lo largo de los próximos diez años? Ninguna ley educativa será comparativamente tan determinante como el desempeño eficaz de la primera línea de la educación, familiares preocupados y docentes profesionales, para lograr la reducción de la dispersión y aumento del valor numérico de las calificaciones PISA en territorio nacional. Las figuras del profesor entusiasta, la madre que apremia a su hijo a atender en clase, el abuelo que recuerda la suerte de poder estudiar y demás miembros resultan absolutamente fundamentales e insustituibles para que el alumno alcance el graduado escolar y se desempeñe más a gusto en las horas lectivas. Esto lo habrán oído ya antes, ¿verdad? Sin embargo, hay otra cuestión más esquiva donde no se suele reparar comúnmente, bien sea porque el camarero llega con ese pincho de tortilla donde la patata se desliza hacia el plato buscando ser la primera de sus hermanas en entrar en la boca o porque les chivan por el pinganillo que no hay tiempo para más, publicidad y luego siguiente tema. ¿Realmente esa mejora de la educación permitirá mejorar a la sociedad? La experiencia reciente demuestra que esto se puede cumplir sólo si hay espacio en el mercado para tantos buenos formados. La reducción de las desigualdades sociales se generaliza por medio de las políticas adecuadas con las que, al fin, se puede presentar un espacio laboral capitalista más adecuado a las necesidades e inquietudes de la población más competente sin necesidad de abandonar su entorno (véase Finlandia en la actualidad o Suecia de los años 80-90). Nos empeñamos en cambiar leyes que atañen exclusivamente a la burocracia y, como mucho, el aula, pero somos muchos más perezosos con aquellas que verdaderamente transformarían a los alumnos y los docentes. Así nos va (y nos irá).
La verdad es cruda: no tengo ni idea de qué pasará en diez años. La visión de la escuela y sus credenciales educativos como ascensor social llegó a España de la mano del krausismo por medio de la Institución Libre de Enseñanza y retumba hasta nuestros días. ¿Funciona? Ineficientemente. Una buena amiga me regaló una pregunta suculenta: ¿No deberíamos abrir ya los ojos a otro tipo de educación transformadora de un contexto tan viejuno? Hasta ahora, nos limitamos a asistir como los ociosos despreocupados al teatro eterno donde se anuncian continuamente innovaciones rompedoras que terminan por ser reinterpretaciones faltas de imaginación del mismo texto sin preocuparnos excesivamente por ello, siendo más bien indulgentes, cómplices. Así, después de todo, nos queda un futuro poco ilusionante salvo para los flipaos de Sillicon Valley y sus vainas transhumanistas de ricos ociosos, algo que ni usted ni yo somos, querido lector, ni deberíamos haber caído nunca en la ilusoria pretensión de serlo. Tal y como lo veo, nos queda algo bastante resbaladizo a lo que agarrarnos. En palabras del maestro Buñuel:
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